Una avioneta en el pueblo



AISA I-115 del Ejército del Aire

Esto sucedería a finales de los años cincuenta, o quizá a comienzos de los sesenta, las fuentes consultadas hasta el momento no nos han podido precisar más el año. Lo que sí sabemos es que era el mes de noviembre, y que aquella tarde llovía intensamente (caían "chuzos de punta", vaya). Seguramente lo adverso de la climatología tuvo algo que ver en los problemas sufridos por una avioneta militar (probablemente una AISA I-115 como la de la fotografía) que en esos momentos se afanaba en atravesar el espacio aéreo de Rebollosa.

Por lo visto, los tripulantes (parece ser que eran dos) se dieron cuenta de que no iban a ser capaces de llegar a su destino con la que estaba cayendo, y que se imponía tomar tierra cuanto antes. En busca de un lugar lo suficientemente llano como para aterrizar sin peligro (lo cual no es tarea baladí en mitad de la Sierra de Pela), sobrevolaron a baja altura los alrededores del pueblo. Al parecer intentaron ponerse en contacto con la primera persona que vieron, que ni entendió lo que le gritaban ni por lo visto les hizo demasiado caso (como si todos los días pasaran avionetas en vuelo rasante por encima suyo). Es probable que tan sólo pretendieran avisarle de sus intenciones para que fuera a buscar ayuda. El caso es que al final no pudieron esperar más y lo intentaron a las bravas, eligiendo como pista improvisada una zona de sembrados camino de Pedro, conocida como el Quintanar. El piloto demostró una gran pericia y consiguió su objetivo con notable éxito, puesto que la avioneta no sufrió daños de consideración y tanto él como su acompañante salieron ilesos del percance. Otro rebollosano, de nombre Teodoro, que llevaba unas vacas a pastar a un prado cercano, presenció la hazaña en directo y fue el primero en acercarse a ellos para ver si les había pasado algo y si podía echarles una mano.

Esa noche se cobijó a los dos militares (ambos jóvenes y muy simpáticos, según recuerdan algunos) en el pueblo. Avisadas las autoridades pertinentes, al día siguiente llegó a Rebollosa personal del Ejército del Aire para hacerse cargo de la avioneta y de su tripulación. Descartada la posibilidad de que el aparato volviera a despegar desde donde se encontraba, llegaron a la conclusión de que lo único que se podía hacer era desmantelarlo y llevárselo por piezas. La operación duró varios días. Además de los ingenieros encargados de desmontar la avioneta, varios soldados del Ejército del Aire permanecieron en el pueblo (se alojaban en varias habitaciones del edificio del Ayuntamiento) durante todo el tiempo que se tardó en llevar a cabo la tarea, montando guardia para que nadie se aproximara demasiado al aparato. No obstante, uno de ellos se hizo amigo de la chiquillería del pueblo y cuando surgía la ocasión se los llevaba a ver el avión después de clase. Los chavales le seguían alborazados por el camino embarrado, encantados de participar en el singular acontecimiento. No en vano tanto para ellos como para muchos de los habitantes de Rebollosa aquella era la primera vez que veían un avión tan de cerca. 

Finalizado el despiece, el motor, las alas y el fuselaje de la avioneta fueron cargados en varios carros de bueyes y trasladados con no poco esfuerzo hasta Santibáñez, que es lo más cerca que pudieron llegar por las carreteras de entonces los camiones militares enviados para llevarse los restos. Ése fue el final de uno de los hechos más curiosos de la historia del pueblo, uno del que deben tomar buena nota los escépticos: aunque en Rebollosa de Pedro no hay ni es previsible que haya aeropuerto, sí que han aterrizado aviones...

Uno, para ser exactos.